Se asomó al balcón y miró hacia abajo. Era alto, pensó, muy alto, pero eso no lo detuvo. Últimamente se sentía muy liviano, su cuerpo estirado y fibroso le pedía más.
Sin darse cuenta ya estaba al borde e inclinado sobre el vacio, pero sus ojos no miraban el piso, sino el cielo. Una leve brisa recorrió su desordenada cabellera y el sonrió.
Sus pies ya no estaban apoyados en el borde, estaba subiendo. Se sintió como una pluma balanceándose en el aire. Tan libre como nunca lo había sido y disfrutó la sensación.
De repente empezó a perder altura lentamente, y pasó de codearse con las nubes a estar cada vez más cerca del suelo y del resto de la gente.
El odiaba eso. Toda la vida quiso ser diferente. No había ningún modelo a seguir, solo quería ser diferente. Diferente de la gente que veía día a día, ahogada por obligaciones, oprimida por una vida de responsabilidades. El sabía, hace tiempo ya, que una vida mejor lo esperaba. Y la sensación de volar, le dio la razón.
Abrió los ojos y vio su cuarto. Entonces notó que nada de esto era real. Estaba en su cama, rodeado de cuadros. Imágenes de su mente, de esos lugares donde el quería estar. Había volado, aunque hubiera sido un engaño de su mente y su más profundo deseo.
Y fue ahí cuando lo sintió por primera vez. Cuando decidió levantarse de la cama, vio que sus pies ya estaban en el piso. “Seguro me quieren llevar a algún lado”, pensó. Y lleno de curiosidad, decidió seguirlos.
No se había equivocado, porque empezó a caminar sin saber adonde iba. El no guiaba a su cuerpo, sus pies lo llevaban a él. Sin nunca mirar atrás siguió caminando y caminando, sin parar, hasta perder la noción del tiempo. Tampoco miraba hacía adelante, porque confiaba en sus pies, entonces aprovechaba para mirar para los costados disfrutando del viaje. Paisajes hermosos, animales, gente feliz. Estaba rodeado de cosas nuevas y sintió que su corazón latía más fuerte de lo que lo había hecho en toda su vida.
Y así siguió su camino, este viajero anónimo, que llevaba solo lo que tenía puesto, como un caracol. Y no necesitaba nada más, estaba bien con eso. De repente sus pies se detuvieron y él miró hacía adelante por primera vez en días. Y se enamoró al instante. Era alta, esbelta, con un color pálido que volvería loco a cualquiera. Mientras iba subiendo su mirada, recorriéndola, contemplo su hermosura, sus formas y su aspecto misterioso.
El amor que sintió, no lo había sentido nunca. Era la montaña más hermosa que hubiese visto jamás. Intento ver la cima pero un grupo de caprichosas nubes se lo impidieron. Como si hubiera recibido un shock de electricidad, su cerebro sintió el golpe del recuerdo de la sensación de aquel sueño. De volar entre las nubes y ser libre.
Miró sus pies y se dio cuenta que ellos no serían suficientes para llegar a la cumbre. Pero antes de siquiera pensarlo, escucho a sus manos murmurar y supo que se habían puesto de acuerdo con sus pies. De golpe empezó a caminar de nuevo, pero no porque el lo hubiera decidido. Estaba a merced de sus extremidades. Confiaba en ellas y dejaba su cuerpo librado a su deseo, porque sabía que era el mismo que el suyo. El disfrutaba mucho del camino, cuando se topó con una pared de piedra.
Pero sabía que ya nada lo detendría. Sus manos empezaron a buscar, saliente tras saliente y grieta tras grieta, y en una complicidad perfecta con sus pies y el resto de su cuerpo empezó a elevarse.
Ya no controlaba casi ninguna parte de su cuerpo. Sentía que solo sus ojos estaban bajo su control y por eso miraba para todos lados, fascinado por su entorno. Siguió su ascenso durante horas, hasta que de pronto vio la cima.
Estaba tan cerca que sentía que si estiraba el brazo podría tocarla. Continuó acercándose, paso a paso. Sus ojos le respondieron una última vez y pensó que perdería el control total de su cuerpo. Pero justo cuando ese pensamiento le atravesaba la mente, su cuerpo llegó a la cima y esa misma brisa que esquivaba nubes, que tan solo había soñado, le golpeó la cara y fue feliz.
Por un momento esa felicidad se vio interrumpida, porque se dio cuenta de que había perdido control absoluto de su

cuerpo. Pero casi sin pensarlo se sentó primero, y después se acostó y sintió la roca con todo su cuerpo.
Y fue entonces cuando se dio cuenta, de que nunca antes, su cuerpo y su deseo habían tenido mayor armonía.
Sonrió. Una sonrisa muy grande. Era como si la felicidad se escapara de su cuerpo por la boca, como un vaso de agua
que rebalsa. Su romance con esta montaña, recién comenzaba. Y fue ahí que supo que ella siempre sería la primera, pero no la última.
Se levantó y miró sus pies. Ellos lo entendieron y sin más, empezaron a caminar, hasta su próximo destino.