Hoy lo estuve pensando mucho a mi abuelo. Varios de uds. tuvieron la suerte de conocerlo. Mi abuelo era un tipo alegre. Pero alegre de verdad, eh. Siempre estaba contento y era contagioso. Muchas veces pienso en el cuando ando confundido. Era un tipo simple y sabio, de los que me gustaría cruzarme más seguido en la vida. Siempre con la palabra justa o simplemente un chiste que te alegraba el día. Le gustaban los juegos de palabras. Se decía poeta, pero todos sus poemas eran humoradas sexuales o escatológicas. Creo que hubiera sido un genial tuitero. Era una persona inocente y cariñosa, o al menos, esa era la imagen que yo guardo de el como niño y luego como adolescente.
Se fue hace como 10 años casi. Y quizás se pregunten porque escribo estás líneas. Y para responderles, les voy a contar una anécdota. Yo debía tener 20 o 21 años y publiqué mi primera nota firmada. Estaba feliz y se la llevé para mostrarsela. La miró despacio. Tengo dudas de si la leyó, pero se tomó su tiempo. Después levantó la mirada, sonrió y me dijo: “Enhorabuena!”. Eso fue todo. En el momento esperaba algo más. No sé por que.
Años después, cuando publiqué mi propia revista y el ya no estaba, le llevé una al cementerio. Nunca se lo conté a nadie eso. Hasta ahora. Y parado ahí solo me lo imaginé diciendome “Enhorabuena!”. Tiempo después busqué la definición de la palabra enhorabuena, que dice que “Se emplea para expresar alegría o satisfacción por el hecho de que le haya ocurrido una cosa agradable o feliz a otra persona”. Al leer eso, entendí todo. Porque si hay una persona que conocí en esta vida, que tengo la certeza de que se alegraba por las cosas agradables que le pasaban a los demás, ese era mi abuelo Edgardo.
Y por eso ahora, a punto de inaugurar mi primera exhibición individual de fotografía, lo tengo muy presente a el, a su sonrisa y me lo imagino diciendome “Enhorabuena!”.